miércoles, 15 de junio de 2016

Suministro viral

Llaman a la puerta, abro y aparecen dos jovenes con aspecto de querer venderme una enciclopedia, reclutarme para la lucha de los últimos días o abrirme los ojos sobre la profecía de Fernando Arrabal. Es la estrategia actual, visitarte en casa para que no pierdas tu tiempo. El primer paso consta en preguntar, con nombre y apellidos por el títular de la factura de suministros, no se si en realidad lo traían preparado o en realidad se habían dedicado a mirar los nombres que aparecen en los buzones del portal.

La primera imagen, por suerte o por desgracia, es la que cuenta y es algo a lo que se le intenta quitar importancia por el tema de los prejuicios (esos malditos siempre presentes). Imagen de contraste, por una parte un traje perfectamente conjuntado con camisa blanca y corbata roja, de lineas marcadas como recién salido de la tintorería, por otra parte la versión maligna del comercial con un traje de talla mayor a la del usuario, camisa hawaiana y corbata delgada (ejecutiva, arreglada pero informal pero no para la ocasión), todo ello aderezado de las arrugas propias de haber metido el traje en la lavadora y no haber tenido la picardía de intentar disimularlo y de ver la tela sobrante de los pantalones acumulada en los tobillos de la persona que tienes delante (es lo que pasa cuando te abre la puerta alguien que ha trabajado de traje establecido por tu empresa y ha tenido que amoldarlo a su talla para no sentirse como vestido en un traje de buzo). En resumen, tenía delante mía a Mufasa y a Scar (maldita manía de Disney de jugar con las apariencias).

Despues de la primera impresión viene la hora de hablar. Presentación de rigor con estrechamiendo de manos sin que lleguen a dudar en que les ha abierto la puera un chico cuando pregutan por una chica. Y comienza el discurso. El planteamiento continua con decirme que están comprobando que se me esté realizando el descuento pertinente y que los impuestos derivados se están declarando en mi comunidad autónoma. Mi cara de "¿qué me estás contando? Que estaba haciendo la declaración de la renta cuando habéis llamado a la puerta" se hizo notar.

Pregunté por la importancia de lo que me acababan de decir, mas que nada porque el planteamiento que me habían soltado quedaba como si estuviera defraudando al fisco quedándome con esos impuestos y fueran agentes con la intención de multarme. Fue entonces cuando, al fin, me dijeron el nombre de la empresa para la que trabajaban (evidentemente, la competencia de mi suminitradora, por supuesto) y me explicaron que cada empresa pertenecía a una zona a la que declaraban sus impuestos... con la mala fortuna de hacerme la comparativa con Andalucía, comunidad autonoma de origen propio. Despues del discurso patriótico les comenté que me daba exactamente igual el hecho de que mis impuestos se fuera a uno u otro sitio mientras se me diera el servicio.

Justo ahí hubo otro cambio de enfoque que consistía en informarme sobre la dureza del trato a puerta fria, el trato al cliente, el trato al público y sus funciones en la empresa. Asuntos que, en realidad, no tenían demasiada utilidad. Mordiéndome la lengua para no decirles que la mayoría de los trajes no pueden meterse en la lavadora, les comenté que todas las decisiones del suministro eléctrico las debía tomar el títular y que, por lo tanto, no era yo la persona adecuada para decir nada, así que me despedí deseando un buen día.

Sin embargo, no podía evitar pensar en el método de concienciación basado en la evasión de impuestos y el patriotismo del usuario. Evidentemente, el método funciona y es esa la razón por la que se utiliza y este tipo de "encuentros" hace que cualquiera que comparte lo que sea en redes sociales para que le regalen un smartphone nuevo termine picando en lo que no tendría tanta importancia si se analizase.