viernes, 19 de septiembre de 2014

Conocimiento

Hay cosas que escapan del alcance de cualquier ser humano. No tenemos por que saber la razón de muchas de las cosas que nos suceden cotidianamente pero, aún así, no podemos evitar preguntarnos por el origen de unas cuantas situaciones. 

Vas por la calle, te sientas en un banco y se te acerca un perro, un amistoso chucho que te acerca el morro y mueve la cola. En algún momento alguien que no recuerdas te ha dicho que cuando mueven la cola es porque su intención es buena y por eso te decides a acariciarlo, olvidando a esa otra información mental que hace referencia a las enfermedades, pulgas, suciedad y otros probables males que también están presentes. ¿Qué más da? Has hecho un amiguito. Desde una leve caricia en su cráneo pasas a hacer suaves masajes por su cuello hasta su lomo, incluso acercándote a su morro como si pudieras darle un beso o un lengüetazo, que es lo que supones que es un beso para el cánido. Toda la magia de la amistad queda asentada, nunca mejor dicho, cuando tu nuevo amigo se sienta a tu lado a disfrutar del tu compañía... Y es entonces cuando ves cuando ese morro que ha estado lamiéndote es el mismo que usa para lamerse el pijo... Es posible que hayas compartido menos fluidos con una novia que con él. Pero ya es tarde, es mejor que no lo pienses y ni te plantees el por qué de esa reacción animal, aunque un buen consejo es que cuides tu aliento y que te laves mejor los dientes a partir de ahora.

No sabes que comer hoy y decides ir al supermercado. Como tu dieta se reduce a cuatro cosas que se repiten con demasiada frecuencia te aventuras en adentrarte en la zona que desconoces completamente, aunque acompañabas a tu madre de pequeño pero nunca se te ocurrió prestar un poco de atención en lo que hacia. Estoy hablando de la pescadería, con un olor fuerte y un ambiente húmedo acompañado de un surtido amplio de productos. La mayoría de los nombres te suenan a...  a... a nada, no tienes ni idea de que es lo que vas a decidir comprar ni de lo que vas a hacer después con eso. Mientras esperas tu turno intentas hacer un cursillo intensivo basado en observar al cliente más cercano e intentar no arriesgar en algo que después conserves en la nevera hasta que tengas que tirarlo. Llega tu turno y decides el nombre que mejor te suena: merluza. No sabes bien si lo pides por alusiones a tu necedad o porque has pasado la mayoría de las cenas de adolescente acompañando al Capitán Pescanova. Y el momento de gloria viene cuando la pescadera agarra la pieza delante tuya por la cabeza y le da la vuelta a las agallas, branquias o lo que quiera que sea, porque tampoco sabes llamarlo por su nombre, demasiado es que decidas comer pescado. Te las enseña esperando el visto bueno antes de prepararlo y tu ¿qué haces? Pones una mirada que mezcla haber chupado un limón, tener orígenes orientales y que un rayo de sol te deslumbre a las 7 de la mañana de un domingo saliendo de un bar porque saliste el sábado a tomarte una cerveza. Eso si, asintiendo con la cabeza, porque no tienes ni idea de el aspecto que tiene que tener lo que te acaban de enseñar. El resto de cuestiones ya ni te importan, ¿rodajas, en libro, quieres la cabeza para una sopa? Asentir es la respuesta. Llegarás a casa, enharinarás lo que quieras que has comprado y lo echarás a la sartén. Demasiadas emociones fuertes como para dudar del sabor. Y hasta presumirás ante tu madre diciéndole que hoy has comido pescado, aunque rezarás para que no te pregunte cómo lo has hecho.

Y así somos, sin saber del todo lo qué es mejor o con qué criterio se hacen algunas cosas, pero cogiendo los yogures de la segunda fila, la leche que caduca mas tarde (aunque 6 paquetes nos duren una semana) y procurando que una caja de un artículo esté en perfecto estado sin preocuparnos más de cómo esté en su interior.

Y llegara el momento en que seamos nosotros mismos los que demos las mismas explicaciones que se nos dieron y digamos cosas como: -si vas al baño, ten cuidado porque le he echado lejía-  ¿que pasa? ¿Tu madre pensaba que ibas a beber del váter o quizás te veía con ganas de bailar la lambada con él? 

Evidentemente todo tendrá su explicación lógica pero no será algo que aprendamos en la escuela y terminaremos confirmando las razones por la mayor base de conocimiento que existe: la experiencia.

2 comentarios:

  1. Hace unas semanas, fui a la pescadería a comprar, algo que no recuerdo haber hecho jamás. Como no había nadie en quién fijarme, me aventuré a pedir por mi cuenta. Cuando se acercó la pescadera, le dije que quería "200 gramos de atún", lo cual provocó en ella una carcajada gigantesca y una mirada jocosa al ritmo de "¿no sueles comprar en la pescadería, no?". Al final, me puso todo como ella quiso, me dejé hacer. No se si volveré...

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    1. Yo estoy por ir a la charcutería y decirle que me abra en libro una barra de mortadela

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